El fin de la Corona
Tomás F. Ruiz
La corona española se encuentra inmersa en un irremediable proceso de
descomposición política e institucional. Como ciudadanos que desde muchas generaciones atrás vienen
sufriendo este caduco sistema de gobierno, los españoles son los encargados de enterrar,
de una vez por todas, esta abyecta institución. Del rey actual, el
autodenominado Juan Carlos I de España, no cabe esperar ninguna voluntad de
abdicación. Carece de la mínima dignidad que debe tener un hombre de Estado
para dar ese paso. En su nombre, todas las instituciones de la corona, en
especial la corrupta Justicia española, actúan persiguiendo y reprimiendo a
todos los que levantan su voz contra el rey.
No hay duda de que aún quedan muchos prejuicios, inevitablemente heredados
de la misma dictadura que impuso en España la monarquía, que hacen creer a la
población española que la desaparición del rey provocaría inevitablemente una
situación de caos y trauma social. El caos y el trauma social ya los tenemos
ahora aquí. Esta caótica situación que vivimos, en la que se está despojando al
pueblo español de todos sus derechos y, lo que es peor, de sus medios de vida,
no es otra cosa que la lenta agonía de la monarquía. Una agonía que, como la de
todas las instituciones caducas, provoca incertidumbre, miedo y sufrimiento
social. No obstante, hay que dejar claro que la desaparición de la monarquía
sería solamente uno de los muchos pasos necesarios para que la situación se
normalizara. También debe ser el primero, por constituirse la corona como el principal
símbolo de amparo para la corrupción y el saqueo generalizado que imperan en
este país.
Sobran razones para plantearse ya la desaparición definitiva de la
monarquía española –un infecto nido de parásitos codiciosos, estafadores del
erario público y cazadores descerebrados- y estas han sido ya extensamente
expuestas por numerosos ciudadanos españoles: escritores, periodistas,
intelectuales de muy diversas ideologías, actores y hasta militares.
Lo que los ciudadanos españoles están empezando a comprender es que su rey
no sólo es, tal y como ya ha sido señalado, el responsable último de todas las
torturas que se cometen en el Estado español. Su condición de jefe supremo de
la nación hace al rey ser también el responsable de la brutal represión con que
la policía aplasta los derechos civiles y políticos de los españoles; el
responsable de todas las detenciones ilegales que -siguiendo las costumbres del
aún vigente franquismo- se están produciendo cada día con más frecuencia en
nuestro país; el responsable de todos los desahucios que dejan en la calle a
cientos de miles de familias; el responsable de la impunidad con que los jueces
amparan hoy a políticos corruptos, banqueros mafiosos, torturadores de cuerpos
de seguridad del Estado y hasta toreros borrachos… De toda esta situación que
vivimos hoy en España es responsable, por ser la máxima autoridad del Estado y
no poner medidas correctoras, el rey.
Ante un cuadro clínico tan demoledor como el que padece hoy en día España,
la constitución de una alternativa política que evite un caos aun mayor resulta
más que urgente. Un gobierno provisional, constituido por ciudadanos que hayan
destacado por su pensamiento antimonárquico y por su posición pública en contra
de la injusticia que impera hoy en España, podría servir de transición hacia la
legitimación de un nuevo sistema democrático en este país. Los componentes de
una opción de gobierno de estas características no recibirían ningún tipo de
sueldo, ya que su ejercicio como representantes de una alternativa política
digna es una elección personal a la que se sumarían sin esperar ningún tipo de
gratificación económica. Como institución de transición que sería, este
gobierno se extinguiría en un plazo límite de tiempo que no superaría el año,
una vez que se hubiera cumplido su objetivo de restablecer la legitimidad
republicana en España.
Sus más perentorias actuaciones -tras abolir la monarquía- serían liberar a
todos los presos políticos que aún existen en este país, revisar las condenas
injustas, declarar nulas de pleno derecho todas las actuaciones de desahucio y
despojo de bienes promovidas por los bancos, anular las leyes dictadas contra
intereses del pueblo, disolver todos los tribunales que operan hoy en España
bajo la autoridad de la corona y procesar a cuantos magistrados hayan
colaborado, tanto en la represión y tortura de ciudadanos, como en la violación
de derechos humanos y el empobrecimiento sistemático de la población.
Ningún tribunal legítimo podría acusar a los componentes de esta
alternativa de gobierno de “conspiración contra el Estado”, ya que en ningún
momento harían apología de la violencia y actuarían a cara descubierta, con todos
sus miembros identificados, bajo el derecho de libertad de reunión o asociación
que prevé la Constitución española. Resulta impensable que cuando el actual
gobierno de España se vea cercado y comprenda que ha llegado al final de su
demoledor mandato, declare el estado de sitio (para lo que necesitaría la
aprobación de la oposición en el Parlamento), imponga la ley marcial y suprima
a golpe de fusil los pocos derechos fundamentales que aun le quedan a los
españoles. Un paso así significaría la guerra civil y no es nada probable que
nuestros “socios europeos” (con la Comisión Europea y el Banco Central a la
cabeza) le dieran su aprobación. A fin de cuentas, es el interés económico el
único que dirige todas sus actuaciones y el estallido de un conflicto armado en
nuestro país llevaría al traste muchos de sus propósitos de inversión.
La lucha por el final de la monarquía y la constitución de este país como
república ha empezado ya en las calles de muchas ciudades españolas. Aunque los
políticos no la dejen llegar a las instituciones, es inevitable que tarde o
temprano la presión social reventará un sistema de gobierno que cada día se
basa más en la corrupción, la represión y la violación de derechos humanos.
“A la monarquía española no le quedan ni dos
años de vida”. Son palabras de uno de los más dignos representantes de la nueva
ideología republicana, el coronel Amadeo Martínez Inglés. Si es así, hay que
darse prisa en ofrecer alternativas para evitar que la situación traumática que
vive la población española llegue hasta un punto sin retorno, a partir del cual
las vías pacíficas de cambio no serían factibles ya.
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